Hay una frase que siempre me ha perseguido: «El software es solo una herramienta». Y sí, es cierto, pero también es mucho más que eso. Es una extensión de la mente, un lienzo digital, un compañero de vida. Desde que tengo memoria, el software ha sido mi aliado y, a veces, mi peor enemigo. Hoy quiero llevarte en un viaje a través de los programas que han moldeado mi vida.
Todo comenzó en los 90, cuando llegó a casa una computadora Alaska con piezas azules transparentes, muy al estilo Y2K. Era fea, ruidosa y lenta, pero para mí era una máquina de posibilidades infinitas. Mi primo Javier, instaló juegos como Doom y Blood. Doom, ese clásico que sigue dando de qué hablar (¡habrá un nuevo juego en 2025!), y Blood (Nunca un juego hizo tanto honor a su nombre), un título oscuro y sangriento que, aunque quedó en el olvido, me enseñó que los videojuegos podían ser más que simples pasatiempos.

Luego llegaron los emuladores de Neo Geo, que me permitieron jugar King of Fighters y Snow Bros desde mi habitación. Era como tener una máquina arcade en casa, pero sin las monedas y el olor a chetos. Más tarde, llegaron consolas como el Nintendo 64 y el PlayStation, pero la computadora siempre fue mi favorita. Recuerdo haber jugado Harvest Moon (en emulador) una y otra vez, un juego que me enseñó el valor de la paciencia y la planificación; Age of Empires, Age off Mithology, etc…
Un programa que me marcó fue Microsoft Encarta, esa enciclopedia digital que instalabas desde un CD. Me fascinaban las imágenes en 360 grados, algo que ahora aplico en proyectos profesionales. Fue mi primer acercamiento a la idea de que el software podía ser una herramienta para aprender y crear. Hoy, trabajar con imágenes en 360 grados es algo que disfruto enormemente, y creo que tiene infinidad de aplicaciones, desde el turismo virtual hasta la educación.

También recuerdo que algunos CD originales de música traían cosas especiales si los metías a la computadora. Lo recuerdo especialmente por un disco de Kabah y, por supuesto, mi favorito de toda la vida: el primer disco de Gorillaz que me regaló mi hermana. Por allá del 2002, yo veía mucho MTV, y Gorillaz se convirtió en mi banda favorita. Cuando metías el disco en la computadora, tenía un ejecutable raro con una animación que siempre voy a recordar. Era tan extraña para un niño de 9 años: esos personajes animados, la música de fondo, la sensación de que estabas entrando a un mundo secreto. Siempre me pregunté cómo hacían esas cosas. Parecían trucos de magia, como si el disco escondiera algo más que solo canciones. Ahora sé que era una mezcla de creatividad y programación, pero en ese momento, para mí, era pura magia.

Fue en la primaria, alrededor del 2007, cuando descubrí que la computadora podía hacer más que solo jugar. Un día, mi hermana trajo a casa un programa de diseño 3D que permitía crear casas y estructuras. Aunque no recuerdo su nombre, recuerdo claramente cómo me fascinó la idea de poder crear algo desde cero. Diseñé mi casa, pero lamentablemente, el archivo y el programa se perdieron en el tiempo. Fue mi primer acercamiento al mundo del 3D, aunque en ese momento no lo sabía.
En 2008, llegó a mi vida la PSP, y con ella, un mundo completamente nuevo: el «homebrew», los hackers (DarkAngel) y la modificación de consolas. Pasaba horas leyendo blogs sobre cómo instalar juegos piratas, agregar luces LED a la consola o usar programas creados por la comunidad.
También comencé a escribir en blogs, como PSP 2007, uno de los referentes en Latinoamérica. Ahí conocí a gente de toda la región y hasta montamos algunas páginas para intentar generar ingresos. Aunque no sabía mucho sobre hosting o dominios, esta experiencia me enseñó la importancia de compartir conocimiento y trabajar en equipo. Incluso compré mi primer dominio a los 14 años, algo que en ese momento me pareció lo más «cool» del mundo.
En la universidad, mi relación con el software dio un giro más profesional. Comencé con Adobe: Photoshop Illustrator, Premiere y After Effects. Estos programas me permitieron explorar la producción audiovisual y el motion graphics.
Con el tiempo, mi interés por el 3D me llevó a aprender Blender y Cinema 4D. Ahora, como estudiante de ingeniería industrial y de sistemas (si… estoy de nuevo en la universidad a mis 31 años), estoy aprendiendo SolidWorks, un programa que, aunque técnico, me permite seguir creando. Es fascinante ver cómo el software creativo y el de ingeniería se complementan en mi trabajo.
Pero no todo ha sido software creativo. Hubo un momento en el que pensé que jamás usaría programas de ofimática como Word, Excel o PowerPoint. «Eso es para gente aburida», me decía a mí mismo. Pero la vida tiene sentido del humor, y ahora no puedo vivir sin ellos.
Hoy, mi viaje con el software continúa. Estoy explorando herramientas como Rive, una herramienta de animación e interactividad que utiliza Duolingo para sus cursos. Es fascinante ver cómo el software sigue evolucionando y cómo puedo fusionar el arte y la tecnología en mis proyectos.
Al final, el software no es solo una herramienta; es una extensión de nuestra mente, una forma de materializar ideas y resolver problemas. Y aunque ahora estoy en el mundo de la ingeniería, mi pasado como creativo digital siempre estará presente en todo lo que hago.
¿Y tú? ¿Cómo ha influido el software en tu vida?

